Por la Soberanía y su legítimo ejercicio a una nueva Constitución - Por Francisco Urzúa
¡Objeción
de conciencia!
La Institucionalidad pendiente:
Ayer Magallanes y Aysén, hoy Chiloé con gloriosas jornadas nos han dado muestras de que al parecer la aurora comienza a despuntar en Los Andes; dichas jornadas han puesto en jaque a la institucionalidad, han forzado al gobierno a ciertas decisiones que al principio se mostraba reacio o aun las negaba de plano y, ojo, algunos dirán que son fueron movimientos peticionistas, al menos Aysén no lo fue; Aysén se alzó inicialmente contra el extractivismo centralista, no fue para exigir beneficios, fue para evitar un perjuicio y simplemente oponerse como región a un proyecto que contaba con su territorio mas no con su consentimiento.
A menudo se ha afirmado que el pensamiento nacionalista clásico es reticente a cambios, se erige sobre la base de una concepción organicista de sociedad y que es por tanto, una entelequia inmutable, perfecta y armónica. Esa perfección sólo la encontrará en Dios –el creyente– y aún el agnóstico o ateo considearán que dichas cualidades parecen ser más de algo divino que algo humano y terreno, de ahí entonces que considerar perfecta a la organización es un dogmatismo que debemos evitar a toda costa. Dicha afirmación resulta ser de suyo alejada de lo que la historia nos ha dicho de nuestros antecesores.
Francisco Javier Urzúa Rodríguez.
Estudiante Derecho U.C.T.
A
pesar de considerarme un sujeto con opinión, esta vez, curiosamente
algo me ha llevado a mantenerme al margen del proceso, cosa curiosa.
Previo a participar activamente del proceso -o
instar a que terceros lo hagan-
creo imprescindible aclarar
primero mi posición como
aprendiz de leguleyo, como nacionalista
y como ciudadano.
Justificación
de una nueva Constitución desde el pensamiento nacionalista.
Don
Carlos Keller, abría su
conferencia: «Como Salir de
la Crisis» dada en la Academia de Guerra del Ejército el 19 de
agosto de 1932 con una
amarga frase: «No somos alquimistas». Lamentablemente no tenemos la
fórmula para convertir
plomo en oro. No tenemos
la solución, pero la situación de momento no es satisfactoria ¿Es
una nueva constitución la solución? Absolutamente no; Una
Constitución
no es más que un papel con tinta o un documento de texto en un
aparato. De que podría contribuir en ello, probablemente pero al
menos como única solución que traerá felicidad al pueblo, no ¿Es
correcto hablar de La Solución? Tampoco, probablemente la solución
a los males que nos aquejan no es unívoca.
Con
mayor precisión, don Juan Domingo Perón nos dice que el amor a la
Patria es similar al de los hijos para con la madre, no es un amor
biológico ni surge por arte de magia, a la Patria se le ama por su
abnegación, su sacrificio y solidaridad, ella naturalmente genera en
sus hijos el sentimiento de amor y de instinto de protección por
solidaridad y conveniencia sin necesidad de discursos ni tonterías
por el estilo. Y, es en una constitución donde se puede –y debe–
plasmar el espíritu de un pueblo y
lo que éste espera de su Estado, los fines que éste ha de tener.
Sobre el particular y a
riesgo de redundancia, dentro del argot rioplatense figura un término
peculiar «patriada»
que
se
usa para hacer referencia precisamente a la empresa dificultosa, su
etimología no es baladí sin dudas la Patria tampoco es una empresa
fácil ni mucho menos algo estático (connotación dinámica otorgada
por el sufijo «ada»)
la
conclusión es clara; la Patria no es un ente heredado
ni
terminado, es un hacer que nunca acaba y es esa la misión histórica,
ejercer y hacer la Patria ensoñada, el día en que una Patria se
deje de construir sólo cabrán dos hipótesis: Sus hombres en
acto de vanagloria o desidia supina, la sentenciaron
a muerte o sus hombres alcanzaron la perfección (cualidad divina,
por cierto).
La Institucionalidad pendiente:
A
mediados y finales del Siglo XIX Chile se consolidó
como potencia
del Pacífico Sur y del Subcontinente Austral, gran parte de ello,
gracias a la temprana estabilidad política de la época, el
pragmatismo y austeridad
de la aristocracia y, por qué no decirlo, a los triunfos militares
tanto internos como externos que permitieron sostener dicha
estabilidad, incluso a golpe de fusil y con la crudeza de reprimir
al compatriota. Bajo esas circunstancias se fraguó el Estado de
1833, del que el Estado de 1925 fue su dignísimo legatario y de
éste, a su vez, el de 1980. Es
decir, el modelo de Estado siempre ha sido impuesto por la élite
aristocrática y colgando
de ésta. No podemos
permitir que el destino de nuestro país «penda y dependa» de un pequeño grupo de «iluminados» (autoproclamados, por cierto).
El
propio Diego Portales, en los años 30 del siglo XIX, por vía
epistolar reconocía que el sistema político en Chile se sostenía
por «el peso de la noche», la tendencia general de la masa a
mantenerse en reposo, lo que
es el principio básico de la inercia ¡Pero
cuidado! La
inercia manda que si bien el cuerpo en reposo se mantendrá en
reposo, también tiene su viceversa: El cuerpo en movimiento, tiende
a mantenerse en movimiento.
Ayer Magallanes y Aysén, hoy Chiloé con gloriosas jornadas nos han dado muestras de que al parecer la aurora comienza a despuntar en Los Andes; dichas jornadas han puesto en jaque a la institucionalidad, han forzado al gobierno a ciertas decisiones que al principio se mostraba reacio o aun las negaba de plano y, ojo, algunos dirán que son fueron movimientos peticionistas, al menos Aysén no lo fue; Aysén se alzó inicialmente contra el extractivismo centralista, no fue para exigir beneficios, fue para evitar un perjuicio y simplemente oponerse como región a un proyecto que contaba con su territorio mas no con su consentimiento.
Crisis
moral –y sin embargo, se mueve–.
Me
parece que no somos felices, decía hace casi 116 años don Enrique
Mac-Iver en su discurso sobre la Crisis Moral de la República; eran
los años dorados de Chile (en
lo macroeconómico, claro),
la industria calichera estaba en pleno apogeo y sin embargo, no
éramos felices.
La
situación se puede imaginar como la de un barco que navega en
alta-mar o la de un tren dentro de un túnel del
que no se ve la salida. Marchamos sin rumbo y la situación es
bastante similar a la de principios del siglo pasado, la economía
nos determina, carecemos de un proyecto nacional,
nadie sabe para donde vamos, pero vamos; a
veces más rápido y otras más lento, pero vamos.
En
los años 30 nos reventó en las manos la crisis del salitre y a
mayor desgracia, el 39
un terremoto para el que no estábamos preparados nos sacudió
destruyendo la
incipiente industria que comenzábamos a erigir, sin
embargo ese tocar fondo caló hondo en la política económica –la
que más por un asunto de voluntad política que de ejercicio de
soberanía popular–
implementó un
plan de inversión estatal enfocada a Economía Sustitutiva
de Importaciones. Parecíamos encontrar el rumbo, aunque a media
máquina y haciendo aguas, el país marchó hasta 1973 con un rumbo
conocido las aspiraciones nacionales parecían verse realizadas o en
camino de realizarse.
Desde
el 74, con el Ladrillo,
se le forzaron calderas al buque, aumentando su velocidad, pero
nuevamente alejándose de la costa. Sus tripulantes vuelven a
desconocer la ruta; no es la propia senda.
A menudo se ha afirmado que el pensamiento nacionalista clásico es reticente a cambios, se erige sobre la base de una concepción organicista de sociedad y que es por tanto, una entelequia inmutable, perfecta y armónica. Esa perfección sólo la encontrará en Dios –el creyente– y aún el agnóstico o ateo considearán que dichas cualidades parecen ser más de algo divino que algo humano y terreno, de ahí entonces que considerar perfecta a la organización es un dogmatismo que debemos evitar a toda costa. Dicha afirmación resulta ser de suyo alejada de lo que la historia nos ha dicho de nuestros antecesores.
A
inicios del Siglo XX surgen diversos movimientos nacionalistas más o
menos revolucionarios, entre ellos: El movimiento del Centenario en
Chile1,
el MNSCH, el Justicialismo en la Argentina y Falange Española de las
Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas en la Madre Patria, junto
con su legatario nacional, el Movimiento Revolucionario Nacional
Sindicalista; es decir, surgen como movimientos que sin ser
directamente antisistema, son asistémicos, no entran en la Arena
política bajo reglas típicas, no se califican ni de izquierdas ni
de derechas, aun cuando pueden tener matices más de éstas o de
esas.
Hoy
la República de Chile sufre una de sus más graves crisis de
legitimidad, al punto de que en la última elección Presidencial y
Parlamentaria la participación no superó el 42% de los ciudadanos
habilitados para sufragar. El sistema de representación está
haciendo aguas por donde se le mire y el Estado actual dista mucho de
representar ni aún de cerca los intereses nacionales.
Más
allá del nacionalista timorato, me considero un tipo abierto a
cambios, más de los que muchos camaradas entenderían. Aclarado el
punto, procedo a indicar pensamientos vagos y muchos aún inconexos
al respecto. Recientemente arribado a algunas ideas que por cierto,
necesitan pulirse.
Antes
que la nación, existe el humano. Ésa no se concibe sin éste,
partir del más irrestricto respeto por los derechos inherentes de
éste es y será deber de todo nacionalista el de promover este
respeto, ningún camino que se aleje de estas premisas será pues,
legítimo por muy elevados y nobles que sean sus fines.
Nuestra
piedra angular de pensamiento es la fraternidad entre los hijos de un
mismo pueblo y en consecuencia surge la necesidad soberana de
considerar al co-nacional como un igual en voz y voto y, es por eso
que la democracia es el sistema a que se debe propender; aún cuando
ésta se comprenda de diversas formas, sobre el particular cabe
precisar que somos occidentales, españoles y católicos sin dudas
una variopinta mezcla de la que surge cierta idea de dignidad humana
erigida sobre la base de su naturaleza individual un microcosmos
como dirían los antiguos griegos; por ese motivo rechazamos a
priori toda doctrina
insectificadora que
considere al Hombre como un medio y no como un fin en sí mismo.
La nación adquirió ya la mayoría de edad, a principios del siglo XIX quizás pudo ser necesaria la voz rectora de un Estado paternalista y hoy es momento de replantearnos la idea de nación, por de pronto, reconstruir el Mito Fundacional o re-mitificarlo.
La nación adquirió ya la mayoría de edad, a principios del siglo XIX quizás pudo ser necesaria la voz rectora de un Estado paternalista y hoy es momento de replantearnos la idea de nación, por de pronto, reconstruir el Mito Fundacional o re-mitificarlo.
Jamás
el pueblo Chileno le ha podido otorgar íntegramente una organización
jurídica propia a su Estado, siempre le ha sido impuesta ¡Nos han
tomado por incapaces! José Antonio al intentar definir España, fue
decidor al respecto; España no se justifica por una raza o una
lengua; España se justifica por su afán imperial para unir pueblos.
Esto es, una empresa nacional, un nuevo ideal que irradie a nuestro
pueblo en pos de un fin común, el bote en el que todos rememos hacia
el mismo lado y es por eso que debemos antes de pensar en aunar
esfuerzos, definir en pro de qué serán y eso se logra no con una
nueva Constitución, sino con el proceso de elaboración de la misma;
con el ejercicio soberano de templar ideas en un fogón, donde rotos
y pijes, indios y huincas tengan no sólo el derecho, sino el deber
de aunar posiciones y criterios en pro del bien común y de la
empresa común.
Cabildo
desnaturalizado.
Nos
han hecho creer que un cabildo es una mera reunión de personas con
cierto poder deliberativo o que tiene atribuciones municipales, mas
lo cierto es que el Cabildo es mucho más que eso que quieren
hacernos creer. El noble cabildo hispano, de herencia austríaca
es
depositario de la voluntad
del pueblo; entre otras cosas, el Cabildo tenía las atribuciones
suficientes como para nombrar o deponer al gobernador del reino,
atribuciones que exceden con
creces a las de una reunión de personas con carácter meramente
consultivo…
Dicho
lo dicho ego dixit
non serviam
a un proceso que
no pasa más allá del frío formalismo,
meramente consultivo y que mantiene una lógica piramidal de poder
que ni siquiera respeta las máximas de un poder ejercido
directamente por el Soberano, sino que por decreto de un simple
mandatario éste pregunta a sus mandantes ¡Pero
no queda obligado a respetar lo que éstos digan! Eso
es una quimera de democracia. Nada
asegura que el texto definitivo se parezca un palmo a la idea
original planteada en esos encuentros ciudadanos.
De
lo anterior y a modo de conclusión, cabe destacar que si bien el
objetivo del proceso es noble y necesario para la reconstrucción de
la identidad nacional, la forma es dudosa, panfletaria y
lo más grave, mantiene el poder cautivo en su cetro, al contrario de
lo que se esperaría, que sea el pueblo el que sube y le delega el
poder al Estado, sucede que por Decreto, se «autoriza» al pueblo
para hablar sobre lo que quiere del Estado, pero sin que sea su
opinión vinculante. Eso es una humillación, es nuevamente tratarnos
a nosotros mismos de incapaces.
A
modo de cierre,
creo conveniente hacer el llamamiento a todo aquel que defienda ideas
de soberanía popular debe
restarse de esta quimera. Nadie
que tenga por ideal el que la soberanía ha de ejercerse directamente
por el Soberano y ejecutada –no ejercida– por sus representantes; esto quiere decir que el representante está siempre sujeto a lo que disponga el Soberano siendo de esta forma, el representante una suerte de empleado.
[1]Sin
ser expresamente político, se erige como un movimiento filosófico
que llega a criticar la obra del Estado de Chile de ese entonces;
hablando don Malaquías Concha de la Crisis Moral de la República.
Francisco Javier Urzúa Rodríguez.
Estudiante Derecho U.C.T.
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